Animar a leer a un niño es poner en marcha uno de los mecanismos más importantes para que su vida sea más feliz y más plena.
Viajar a todos los lugares del mundo. Pelear en la cubierta de un buque de corsarios. Tripular la nave que se dirige al centro de la tierra. Enamorarse hasta el alma de la niña más hermosa del país de la belleza. Las experiencias más interesantes de toda la vida, sin necesidad de moverse del salón de la casa. Es verdad que la imagen está a punto de ganar su lucha contra la palabra. Pero la vivencia no es la misma y, además, casi siempre “está mejor el libro”.
Animar a un niño a leer es poner en marcha uno de los mecanismos más importantes para que su vida sea más feliz y más plena. La lectura se vive como una fuente de satisfacción inagotable. Incluso sin variar los argumentos. “Léelo otra vez” es la frase recurrente cuando uno termina de leer un cuento a un niño pequeño. El lector vuelve a vivir el cuento de la misma manera. El niño, en cambio, echa a volar la imaginación por esos mundos de Dios y aunque conserva lo esencial de la historia, todos los detalles se muestran diferentes.
Por eso, la lectura de cuentos suele ser, en la mayor parte de los casos, la primera forma de lectura. También una de las más beneficiosas. A través de los cuentos, el niño aprende a situarse en el mundo que le rodea, comienza a distinguir ficción de realidad, construye una escala de valores que van a servir de base a la progresiva formación de su personalidad. Todo ello, sin darse cuenta, jugando, leyendo.
La llegada del colegio significa la aparición de las lecturas que forman parte del trabajo. El leer por obligación. Las historias apasionantes a veces quedan sumergidas en el lugar dónde es más importante el nombre del autor que la historia del submarinista que encontró en el fondo del mar un sillón de terciopelo azul intacto.