Cuando hablamos de lo que cada uno es y en particular de nuestros jóvenes debemos hacerlo desde una profunda postura de respeto y reflexión. Sabemos que cada persona es única e irrepetible, esto respondería a la dimensión humana de “unicidad”, distinta en matices al carácter “individual”. Debemos respetar que todas las personas proceden de realidades compartidas pero percibidas como distintas y, por lo tanto, esa percepción de lo bueno y lo malo de cada uno siempre es muy subjetivo. Caemos en el error de presuponer perfiles standard sobre cómo sería la persona ideal, pero siempre desde un prisma acomodado e influido por el contexto conocido. Creo que nuestra labor, obedeciendo a este “respeto fundamental por lo que es” es no juzgar, mantenernos al margen de establecer el perfil o etiqueta que correspondería a cada uno de nuestros alumnos. Como docentes debemos detectar en primer lugar sus puntos fuertes y ayudarles a crecer sobre ellos. Me atrevería a decir que nadie es quien para valorar si verdaderamente una persona es buena, mala, o cómo es. Nuestra labor es ayudar a cualquiera a sentirse mejor, a creer en su capacidad de mejora. Los jóvenes que llenan nuestras aulas no mejoran porque lo digamos nosotros, mejoran porque así lo sienten ellos, porque perciben que su parte positiva relacionada y medida por su autoestima y motivación crece sobre esa parte negativa que le hacía caer en situaciones de vértigo y de sombra. Cabe recordar, y hago referencia al profesor López Quintás, que la reacción valorativa del ser humano es el paso previo para alcanzar la trascendencia y por ello, respetarse a uno mismo, ser respetado por los demás y respetar al resto son las bases de esta evolución personal. En este sentido debemos reconocer a nuestros jóvenes como personas en constante cambio, evolución y crecimiento y que por lo tanto no pueden ser ni buenos, ni malos, simplemente personas en desarrollo que buscan mejorar y contribuir socialmente en un ambiente positivo de convivencia. Un error, una equivocación, incluso varias al día, que seguramente todos las cometemos no nos convierten en peores, de todo se aprende y todo aprendizaje produce mejora. Nuestros alumnos son como son, y sobre ese “ser” comienza nuestro trabajo de guía y ayuda para conseguir una personalidad adecuada para vivir en sociedad y educada en unos valores positivos que mantengan a la persona en un constante equilibrio emocional, ayudándola a sentirse realizada.
La diferenciación individual es una de las grandes riquezas del ser humano porque precisamente las diferencias que presentamos cada uno de nosotros son las que nos hacen crecer en sociedad. Debemos respetar la personalidad de cada joven, atender sus inquietudes y valorar lo que cada uno puede aportar.