Partimos de la realidad en la que hoy en día no elegimos a nuestros jóvenes, a nuestros alumnos, son sus familias las que eligen nuestros centros y depositan en nosotros toda su confianza para que sus hijos e hijas progresen, se desarrollen y se eduquen bajo nuestra tutela. Como docentes debemos recibir y acoger a estos alumnos y prestarles toda nuestra atención, mostrarles el camino. Debemos ayudarles, dotándolos de alas para volar hacia sus propios horizontes. No obstante, siempre se habla de esa parte vocacional de nuestra profesión y es cierta. En primer lugar, porque uno educa veinticuatro horas al día y no solo en su centro de trabajo. Educamos, acogemos y ayudamos a nuestros alumnos, también a nuestros propios hijos y pequeños de nuestra familia o vecindario. También intervenimos en la educación de los hijos de nuestros amigos. Siempre tenemos esa intuición, esa inquietud e incluso la responsabilidad para intervenir en cualquier situación que provoque una educación y mejora, como he dicho, es cuestión de compromiso y vocación, se lleva en el ADN. Ciertamente llevamos esa faceta paternal/maternal con y para nuestros jóvenes porque es importante recordar que en nuestro día a día, con nuestros alumnos no solo se dan situaciones de educación formal, también las hay informales. Siempre hay un alumno que te busca para encontrar consejo, consuelo, guía…. Muestran confianza en nosotros, transmiten sus problemas y buscan esa figura de confianza que sepa mostrarles el camino, que pueda darles el cariño y la calma necesaria en ese momento. De alguna forma, somos una figura de referencia para nuestros jóvenes. Personalmente, me siento orgulloso de poder vivir estas situaciones a diario, porque nuestros pequeños de primaria tienen problemas pequeños, pero son sus problemas y sienten la necesidad de resolverlos. Poder escucharlos, atenderlos y ser esa figura de confianza que buscan, incluso en situaciones en las que sus padres no han sabido actuar, supone un privilegio como persona y como docente. Finalmente, me gustaría señalar que hoy más que nunca nuestra figura y nuestras acciones de acogida resultan especialmente importantes porque en esta sociedad excesivamente líquida, no debemos pasar por encima de la educación y la transmisión de valores. Los jóvenes necesitan comprensión, necesitan que se les transmita la responsabilidad necesaria para crecer y sobre todo necesitan percibir figuras espejo. Actualmente participo en un proyecto que me parece muy interesante, se llama “10 espejos donde mirarse”. En el proyecto, alumnos que finalizan la carrera de magisterio se reúnen con diferentes profesores experimentados que les sirven de guía, de alguna manera los acogen bajo sus alas y les acompañan en sus primeros vuelos dotándolos de energía, experiencia y sentido crítico. Por suerte, la “acogida” es algo que sigue muy presente en nuestra sociedad y es parte esencial del desarrollo de una persona. Todos necesitamos un espejo donde vernos reflejado, todos necesitamos alguien que nos ayude. En este sentido, creo que nuestros centros hacen una buena labor de acogida.