Pablo, alumno incorregible
Era mi tercer colegio. No me soportaban en ningún centro y yo tampoco los soportaba. Formo parte de una familia acomodada. Mis padres tienen mucho dinero y poco tiempo para estar conmigo. Me conceden muchos caprichos y muy poco cariño.
Mientras fui pequeño, la cosa marchaba bien que mal; pero con la adolescencia comenzaron los problemas: avisos a los padres, castigos y finalmente la expulsión.
Mis padres, para tranquilizar su conciencia me enviaron a un internado que se caracterizaba por su alto nivel y por su disciplina férrea. Pero yo allí me ahogaba. Una palabra estaba siempre presente en mi espíritu y en mis labios: libertad. Y esa palabra se traducía en rebelión, intento de saltarme las normas, absoluta despreocupación por los estudios. Mis educadores intentaron «ayudarme» unas veces con buenas palabras, otras con «sermoncitos», finalmente con el castigo. Me hacían sufrir, pero yo también sabía responderles con la misma moneda. Mi ansia de libertad, y al mismo tiempo de evasión, me condujeron a la droga. La cosa se descubrió y de nuevo fui expulsado.[…]