- Buscar consejo: Debemos buscar apoyo en otros compañeros, una segunda mirada adulta que nos ayude a actuar de manera adecuada. Nuestro trabajo no es individual, formamos parte de un colectivo de profesionales preparados y con experiencia que debemos aprovechar en beneficio de todos nuestros alumnos.
- Hacer todo lo posible por la seguridad de los demás: Antes de dar un voto de confianza a un alumno que ha obrado mal, debemos asegurarnos de que no repercute negativamente en los otros alumnos. Todos los alumnos deben sentirse seguros, rodeados de un espacio y rutina estables y ordenados, y especialmente protegidos de presiones negativas y de peligro.
- Hablar con franqueza a los alumnos: Debemos ser directos con nuestros jóvenes y tomarnos nuestro tiempo hablando con ellos para darles la oportunidad, en privado, de expresar sus sentimientos problemáticos. Será entonces cuando encuentre un entorno adecuado para realizar una autocrítica y para arrepentirse de sus actos.
- Confiar en nuestra propia autoridad: Nuestra propia autoridad permite a los alumnos ver que somos personas en quienes pueden confiar, ya que cumplimos con nuestra palabra, especialmente en situaciones conflictivas. Para ello, debemos tener fe en nosotros mismos y ser consecuentes en la aplicación de las reglas. Una persona carente de seguridad provoca la duda en la persona a la que forma.
- Arriesgarse a dar una confianza gratuita: Debemos de prestar una confianza en estado puro, un regalo de estima y de esperanza inmerecidas. Confiar en alguien supone asumir un riesgo, refleja una fe en la que la salvación no es algo que merecemos. Sin amor, no hay confianza, y sin confianza, no hay educación.
- Ser discretos: La confidencialidad entre el educador y el alumno es un elemento esencial a la hora de hacer el acompañamiento. Por este motivo, debemos ser discretos a la hora de compartir los sucesos que ocurren alrededor de un alumno. Hay que evitar la crítica negativa ante los profesores y alumnos para no ponerles en contra del alumno en cuestión.
- Hacer que de los errores se aprenda para la vida: Debemos corregir las conductas inadecuadas para que los alumnos sientan su culpa, pero nunca su vergüenza. Debemos intentar que no vean los errores como fracasos, sino como algo inevitable que no ayuda a formarnos en nuestro camino.
- Reajustar los privilegios: Como educadores, debemos reajustar constantemente nuestro riesgo, no en función de nuestros prejuicios, sino como respuesta a lo que ellos eligen libremente. Deben aprender por ellos mismos que traicionar la confianza de alguien conlleva unas consecuencias. Hay que saber ajustar los privilegios que concedemos a nuestros alumnos a la respuesta que ellos nos dan.
- Aumentar la vigilancia: Es necesario realizar una vigilancia más rigurosa de nuestros alumnos, en especial, sobre aquellos que han quebrantado nuestra confianza. Pero una mayor supervisión es igualmente una ocasión para dar apoyo. Esforzarse en corregir a alguien supone creer en su capacidad para obrar mejor y adoptar mejores actitudes.
- Ayudar a nuestros alumnos a comprender e interiorizar la corrección: Como educadores, hemos de adaptar nuestras medidas de corrección a la etapa del desarrollo moral de nuestros alumnos, inculcando siempre un sistema interno para que ellos mismos se puedan autocontrolar. Debemos ayudarles a razonar mejor y predecir los efectos negativos y positivos que su conducta pueda acarrear. La interiorización conduce a la autoconfianza moral.